Publicado originalmente en El Economista.
Sería casi absurdo creer que los problemas relacionados hoy con el agua son sustancialmente diferentes a los que siempre han existido. A veces el problema es la ausencia de agua suficiente, bien en el tiempo o en el espacio, para satisfacer diferentes demandas que compiten entre sí; en otras, es el exceso de agua (en forma de inundaciones). Hay situaciones, no excluyentes con las anteriores, en las que el agua disponible no tiene la calidad necesaria.
Sin embargo, esos desafíos por supuesto evolucionan y no necesariamente a mejor. Lo hacen en dos sentidos: por un lado, la disponibilidad de agua a largo plazo disminuye, fundamentalmente como resultado del cambio climático; por otro, la demanda de agua para diferentes usos no deja de crecer. Y en aquellos casos en los que el reto no son la escasez y el riesgo de sequía, el cambio climático amplifica igualmente la frecuencia e intensidad de las inundaciones.

Cambio temporal de precipitaciones (%) en simulaciones para el periodo 2017-2100 comparado con 1961-1990 Fuente: Proyecto PESETA II por JRC (Ciscar et al 2014)
El calentamiento global observado ya durante décadas está vinculado a cambios a gran escala en el ciclo del agua: aumenta el vapor de agua en la atmósfera, cambian las pautas de precipitación (llueve menos donde llovía poco, llueve más donde llovía mucho y además lo hace con una frecuencia diferente), se alteran los niveles de humedad del suelo…
El cambio climático aumenta inequívocamente los niveles de vulnerabilidad de la población, su percepción del riesgo, su incertidumbre. Es decir, se quiebra en algún sentido una parte de la confianza en el futuro, aumenta la inseguridad.
Pese a que evidencia científica en torno al cambio climático es abundante, con frecuencia tendemos a sobreestimarlo. Sin embargo, cuando uno observa que los problemas asociados al cambio climático en realidad son viejos problemas preexistentes, amplificados, llega a una sencilla conclusión: como sociedad, merece la pena enfrentar esos retos en todo caso.
La inseguridad, por supuesto, es mayor en aquellas cuencas hidrográficas del país donde las situaciones de escasez son estructurales o donde graves inundaciones son recurrentes o donde los problemas de calidad del agua no sólo afectan a determinados usos (para los que el agua de calidad es imprescindible), sino también a los ecosistemas acuáticos que soportan la vida y su diversidad.
En España son numerosas las cuencas, fundamentalmente en la mitad sur y en los archipiélagos, donde la escasez de agua y el riesgo de sequía son notables. No en vano, la cuenca del Segura, por ejemplo, es la que registra de todas las cuencas europeas. Del mismo modo, las inundaciones son recurrentes en la cuenca del Ebro o en algunas otras zonas del norte del país o, especialmente en otoño, en el Levante. En todos los casos podríamos abandonarnos a la complacencia y pensar que llueve demasiado o demasiado poco. Sin embargo, cuando las sequías o las inundaciones causan pérdidas significativas de bienestar es siempre por un fallo de gestión.
España recibirá este año aproximadamente 74 millones de turistas, más que nunca antes en la historia. El 70% de ellos se concentrarán en regiones donde la escasez de agua es la norma y casi cuatro de cada diez lo habrán hecho entre los meses de mayo y septiembre. La estacionalidad en las visitas de turistas nacionales, que se unen a ellos, es incluso superior: el 56% de los turistas se concentran en esas mismas zonas y básicamente en los meses de julio y agosto.
La agricultura, responsable del 68% del consumo de agua a nivel nacional, es especialmente vigorosa en las cuencas del sureste español, donde el agua, un insumo productivo crítico, es menos abundante.
Son sólo dos ejemplos de decisiones que generan numerosos beneficios al país pero también ponen en cuestión la sostenibilidad de su desarrollo.
En el caso de las inundaciones también son nuestras propias decisiones, más que las precipitaciones intensas, las que nos conducen a problemas no menores. Con el paso del tiempo, los ríos han dejado de serlo para convertirse en canales. Hemos intervenido tanto sobre los cauces, hemos causado tales alteraciones en las riberas y en las llanuras aluviales (o llanuras de inundación) que los ríos se han ido quedando progresivamente sin espacio para crecer en casos de lluvia intensa. Los ciudadanos, en su desesperación ante recurrentes pérdidas materiales, protestan por la falta de dragado de los cauces, en la creencia de que la acumulación de material en el lecho ocasiona las crecidas. En realidad, es la incisión de esos cauces, como resultado de la canalización, lo que explica que los ríos se desborden.
Nuestras ciudades también enfrentan grados crecientes de inseguridad hídrica. Lejos de lo que suele creerse, los problemas no son tan evidentes en cuanto a la garantía de abastecimiento, pues el artículo 60.3 de la Ley de Aguas establece la supremacía del abastecimiento para uso humano sobre otros usos del agua. Las dificultades son más evidentes en relación a la depuración de aguas residuales, terreno en el que España no cumple con los compromisos adquiridos en el marco de diferentes Directivas de la Unión Europea.
Las necesidades de inversión para hacer frente a estos problemas se hacen especialmente evidentes. En el mejor de los casos, las tarifas permiten a las empresas cubrir sus costes de operación de las diferentes infraestructuras necesarias para prestar los servicios de abastecimiento de agua potable y saneamiento. Sin embargo, la legislación europea nos obliga a ir más lejos: también los costes ambientales y el aumento relativo de la escasez deberían incorporarse en la tarifa. Incluso en ese caso, no obstante, quedaría un gran desafío por asumir: la garantía de seguridad hídrica.
No podemos seguir pensando a corto plazo. Las respuestas reactivas a la escasez, la abundancia o el deterioro de la calidad del agua deberían ir cediendo ante respuestas preventivas, orientadas a incorporar las variables de largo plazo, a pensar en un horizonte más lejano. En juego está nuestra percepción íntima de seguridad, cuando no nuestra seguridad objetiva en sí.
Gonzalo Delacámara
Director Académico del Foro de la Economía del Agua
Coordinador del Grupo de Economía del Agua del Instituto IMDEA Agua