George A. Akerlof es un prestigioso economista de la Universidad de California (Berkeley) que en 2001 ganó el Premio Nobel de Economía por sus contribuciones al estudio de las asimetrías de información en los mercados (junto con Stiglitz y Spence).
Posteriormente, ha destacado por su estudio del impacto de desviaciones de los supuestos de racionalidad que realiza la economía tradicional, con aplicaciones sobre todo al funcionamiento del mercado de trabajo, pero también con ejemplos de otros mercados y sub-disciplinas económicas. Por ejemplo, tiene trabajos importantes sobre el impacto económico de la disonancia cognitiva, de las identidades colectivas o de los sentimientos de reciprocidad, fenómenos que tenían difícil cabida en los supuestos de lo que se ha llamado economía neoclásica. El nexo que une al Akerlof posterior al Premio Nobel y al Akerlof anterior es su análisis de situaciones realistas en las que los mercados libres basados en la maximización del interés individual no proporcionan las soluciones eficientes que la sociedad necesita, ya sea por la existencia de asimetrías de información, ya sea por comportamientos individuales que se alejan de los supuestos de la mano invisible de Adam Smith.
En su libro “Animal Spirits”, escrito conjuntamente con el también Premio Nobel de Economía Robert Shiller, Akerlof analizó las implicaciones macroeconómicas de la desviación de los supuestos tradicionales de racionalidad. Ambos autores llegaron a la conclusión, compartida por numerosos economistas, de que es muy difícil explicar la crisis financiera global cuyo comienzo convencionalmente se sitúa en 2008 sin apelar a estas desviaciones. Ahí es donde probablemente por primera vez Akerlof hizo referencia a la importancia de las “historias”, los recursos narrativos que utilizamos para justificar nuestras decisiones o nuestros juicios. Estos recursos fueron fundamentales para que millones de inversores y responsables públicos tomaran decisiones equivocadas que acabaron desembocando en la crisis global.
En su libro siguiente con Robert Shiller, “Phishing for Phools”, una obra extraordinaria sobre la economía de la manipulación, Akerlof profundiza en las implicaciones en este caso microeconómicas de las desviaciones de los supuestos tradicionales de racionalidad, señaladas entre otros por el también Premio Nobel de Economía (pero en este caso psicólogo de formación), Daniel Kahneman. Los autores parten de constatar que una cosa son nuestras preferencias inmediatas, aquellas con las que tomamos muchas decisiones, y otra cosa son nuestros intereses objetivos, aquellos que redundan en un mayor bienestar individual. Argumentan que muchas empresas del sector privado son perfectamente conscientes de nuestras dificultades al respecto, y por eso compiten por satisfacer nuestros deseos inmediatos, con poca consideración sobre nuestro bienestar objetivo, puesto que este no se refleja en las decisiones a corto plazo de consumidores o inversores. Si las “historias” que prevalecen en muchos casos son las que nos hacen dejar de lado nuestro bienestar a largo plazo (por razones de estatus, de emotividad u otras), debería existir un esfuerzo social por hacer prevalecer “historias” que fueran consistentes con nuestro bienestar social a largo plazo. En este esfuerzo destaca el rol que pueden desempeñar las agencias de regulación. Akerlof y Shiller no ocultan que existe el riesgo de que las personas a cargo de las agencias reguladoras también estén afectadas por sesgos y anomalías que les hagan actuar de un modo alejado de los supuestos tradicionales de racionalidad, y por ejemplo sean víctimas de la “captura cognitiva”. Ello ocurriría si fueran presa de marcos mentales en los que han invertido poderosos intereses privados interesados en una regulación suave o excesivamente beneficiosa para esos intereses especiales. Pero basándose en la literatura empírica y en su propia experiencia, llegan a la conclusión que es más frecuente el caso de desviaciones más benevolentes de los supuestos tradicionales de racionalidad, al predominar en muchos casos unas preferencias intrínsecas de las personas a cargo de la regulación por hacer el trabajo bien hecho y servir a la sociedad.
En su intervención en el Foro de la Economía del Agua en Madrid en julio de 2016, Akerlof sugirió que la importancia de las “historias” y en general los planteamientos de “Phishing for Phools” podrían ser de aplicación en la economía y la gestión del agua (y de un modo parecido en las políticas de lucha contra el cambio climático). El ciclo del agua requiere soluciones basadas en precios que reflejen el coste social, pero estos precios deben ser aceptados por la opinión pública si se quiere que sean sostenibles. De ahí la importancia de que los gobiernos y reguladores a los distintos niveles promuevan la divulgación de “historias” suficientemente sugerentes como para que la ciudadanía internalice en sus normas sociales la necesidad de compartir el recurso en el nivel más cercano posible al óptimo social.
Si Kahneman nos recordaba que el mercado a menudo explota nuestras debilidades, como la industria con el azúcar, las grasas o el tabaco, también nos recordaba, junto con otro Premio Nobel de Economía que no es economista, la politóloga Elinor Ostrom, que las comunidades humanas son capaces de desplegar instintos de cooperación para gestionar de forma eficiente bienes que comparten características de bien público y de bien privado como son los bienes de propiedad común (lo que en inglés se conoce como los “commons”).
Igual que el mercado, la regulación bajo democracia también funciona bien en circunstancias ideales: nadie quiere un mal gobierno. Pero sabemos por experiencia que, como en la alimentación, en muchas ocasiones una cosa es lo que elegimos y otra es lo que es bueno para nosotros. El capitalismo es ambiguo, y sólo funciona si tomamos la decisión adecuada, porque engañar es tan inherente al capitalismo como proporcionar bienes materiales que satisfacen muchas de nuestras necesidades.
El público debe entender que el agua es un recurso escaso en el sentido de consentir usos alternativos que compiten entre sí, pero que se entienda no es automático. Cuando las personas consumen agua, no son conscientes de las implicaciones de ese consumo en el espacio y el tiempo, sólo lo serán si se les ayuda a crearse las “historias” adecuadas. La narrativa, el relato que se ofrezca a la ciudadanía, debe según Akerlof en primer lugar dejar constancia de la existencia de un grave problema de escasez localizada. Y en segundo lugar debe facilitar la solución adecuada a este problema de escasez. Nótese que para que el relato sea socialmente aceptable debe ser consistente con normas sociales arraigadas respecto de lo que son procesos justos. En este sentido, la política y la regulación del agua deben partir de la base de que será muy difícil separar cuestiones de eficiencia respeto de cuestiones de equidad.
Por desgracia, hoy en día según Akerlof la “historia” que prevalece es que las personas creen que pueden esperar a mañana. Por eso las políticas deben tener en cuenta no sólo la oferta (en este caso cómo se organiza y se estructura el ciclo del agua), sino también la demanda: no nos estamos contando la “historia” adecuada, y las políticas públicas deben ayudar a ello, no sólo deben fijar los precios y las instituciones adecuadas.
El calentamiento global o la gestión del agua no preocupan a los votantes suficientemente. Los consumidores utilizan sus emociones y no se comportan de forma racional cuando utilizan sus presupuestos familiares o individuales. Lo mismo ocurre con el agua o el cambio climático. La gente no aceptará las políticas eficientes sobre agua y cambio climático si no las hace suyas. Esto nos obliga también a cuestionar un tanto la sabiduría convencional respecto a la necesaria división del trabajo entre personal político y personal regulador. Las agencias reguladoras especializadas necesariamente deben contribuir a la formación de relatos que permitan a la ciudadanía internalizar normas sociales que faciliten soluciones socialmente óptimas a los problemas de consumo e inversión en el ciclo del agua
Nuestros deberes como investigadores, si queremos ser fieles a la Agenda Akerlof, deberían a mi modo de ver ser los siguientes:
-Investigar cuáles son con mayor precisión las normas sociales que prevalecen en los distintos usos del agua.
-Realizar propuestas sobre cómo persuadir a la ciudadanía de lo que es conveniente para el bienestar colectivo en las decisiones que afectan al ciclo del agua.
-Prestar mayor atención a las preferencias intrínsecas del personal de las agencias reguladoras e instituciones relacionadas con el agua, realizando propuestas sobre cómo seleccionar buenos reguladores cuando entre su caja de herramientas es preciso incluir la construcción de “relatos”.
-Reflexionar sobre cómo construir instituciones adecuadas que faciliten extraer lo mejor de los seres humanos, que si bien no son los seres híper-racionales que había previsto la teoría económica tradicional, sí han demostrado en muchos contextos disponer de recursos cognitivos y sociales para cooperar y solucionar dilemas sociales.
Francesc Trillas
Universidad Autónoma de Barcelona y Comité Académico del Foro de la Economía del Agua
Siendo esencial, resuena inverosímil (o al menos ardua tarea) encontrar una historia de responsabilidad social y bien común referida al aspecto concreto del agua capaz de transformar el auto-relato en un entorno donde parece que contribuir a lo común no encuentra ningún eco; antes bien, prevalece la consigna de «evasión».
Cabe preguntarse si a base de «historias» bien contadas en temas específicos (ora agua, ora alimentación, ora educación…) se llegue a modificar la actitud general del ciudadano-contribuyente.