La liquidación del Imperio Británico (se ganaron las mayúsculas) trajo consigo desaguisados que aún colean. Uno de los más sustanciales fue la fragmentación de la India. De la noche a la mañana surgió Pakistán (en el libro Tren a Pakistán, de Khushwant Singh, el lector interesado puede ahondar sobre el tema) y quedaron unos cuantos asuntos inconclusos. Como Cachemira, un enorme territorio, rodeado de las montañas más altas del mundo, que parece no tener dueño. O es de todos. La India, China, Pakistán y los propios habitantes del lugar reclaman o dicen ser los legítimos dueños de al menos una parte de esa región. El asunto no es menor, están armados hasta los dientes y no precisamente con balas de fogueo.
La cuestión de Cachemira es un asunto espinoso en el que no vale dejar pasar el tiempo. Y la razón es muy simple: como está al pie del Himalaya y del Karakorum y, por tanto, de los glaciares más altos del mundo, sus recursos hídricos son claves. Pakistán, el sexto país más poblado (200 millones de personas), con uno de los ejércitos más poderosos que incluye un arsenal de armas nucelares, los necesita para regar sus cultivos. Perder esa agua sería el colapso del país, puesto que la región es tremendamente árida, la lluvia escasa y su capacidad de embalsamiento ínfima.
A la India, le interesa avivar esa inquietud. Es el segundo país más poblado del mundo (1.300 millones), también cuenta con armas nucleares, y necesita mucha energía eléctrica. Casi inmediatamente después de la partición del subcontinente, la India desvió los ríos Ravi y Sutlej, dejando sin agua la ciudad de Lahore y los canales de riego de Pakistán durante la época de siembras en la primavera.
Con el fin de aplacar los ánimos, en 1960 se firmó el Tratado de las Aguas del Indo (TAI). Su fundamento no fue muy sofisticado, tipo línea recta en el Sahara para fabricar países. Consistió en repartir los grandes afluentes del Indo de una manera un tanto burda: uno para ti, otro para mi, uno para ti, otro para mi…sin grandes alardes de planificación. El acuerdo otorgó a la India el uso exclusivo de los tres ríos tributarios orientales del Indo, (Ravi, Beas y Sutlej), y entregó a Pakistán los derechos exclusivos sobre los tres afluentes occidentales, (Indo, Jhelum y Chenab).
Tuve ocasión de recorrer la zona en una expedición realizada en 2010. Nuestro objetivo era prospectar unos prometedores valles en Ladakh con el fin de localizar felinos al borde de la extinción o, según aseguraban algunos expertos, extinguidos (En mi libro Altitud en vena se da cuenta detallada de este viaje). Desde el pequeño avión que cubría la ruta Delhi-Leh, el territorio que nos disponíamos a recorrer me sorprendió por su exacerbada aridez. Tan solo se adivinaba una serpenteante línea verde, el río Indo, que era una perpetua corriente sobre cantos rodados repartiendo vida a ambos márgenes.
Como después pudimos comprobar sobre el terreno, los campos de cultivo que bebían de canales, acequias y diversas conducciones, representaban el único alimento y la provisión de madera con que contaban los habitantes de esas inhóspitas regiones para sobrevivir entre las temibles montañas que, históricamente, les habían mantenido aislados del resto del mundo.
La expedición zoológica en la que me había embarcado fue la excusa para examinar de cerca un territorio que en los mapas aparecía como un verdadero rompecabezas aún sin resolver. Nuestro permiso para buscar linces boreales y leopardos de las nieves se restringía a unos pocos valles y, como pudimos comprobar, cualquier intento por sobrepasar esos límites topaba con alguna advertencia aparecida de la nada. Igual de difícil resultaba detectar linces que soldados apostados en los más insospechados recovecos de un paisaje aparentemente vacío.
Durante nuestra estancia topamos con algunos escuadrones que hacían ejercicios de entrenamiento. Equipados con material de montaña y pertrechados con sus correajes y fusiles, marchaban a buen paso por el terreno montañoso. El ejército indio tiene entre 600.000 y 800.000 soldados en la zona, más del doble de los que participaron en la invasión de Irak liderada por EEUU.
Desde 2003 se mantiene un frágil cese del fuego, pero Cachemira sigue siendo uno de los lugares más peligrosos del mundo. Sin embargo, más allá de algún encuentro fortuito, no tuvimos más problemas que el frío, las duras pendientes y algunas chinches. Recorrimos el territorio de día y de noche, montamos cámaras-trampa, nos subimos a todos los cerros que teníamos a mano y allí no se percibía ese peligro tan fulminante, tan solo el profundo silencio de las montañas y la esperanza de dar con aquellos esquivos felinos.
Sin embargo, en esta región asiática el agua no deja de estar en el punto de mira y los conflictos armados llegan con cierta cadencia. De acuerdo a un reciente informe de Naciones Unidas, los recursos hídricos de Pakistán han caído de 5.000 metros cúbicos por persona en los años 50 a 1.420 actualmente, una cifra que se acerca peligrosamente al umbral en el que la escasez de agua se convierte en un impedimento para el desarrollo económico y en un peligro para la salud de la población. India, con 1.750 metros cúbicos por persona, tampoco está en mejores condiciones. Y la enorme población de ambas naciones sigue creciendo. Además, como la gran parte del agua proviene de los glaciares –en desaparición- de los Himalayas, son países muy vulnerables al cambio climático.
Lo que parece fuera de toda duda es que el TAI está obsoleto y ha perdido su sentido en el contexto actual, marcado por el Cambio Climático y unas sociedades que consumen recursos a un ritmo nunca antes conocido en la historia. Los pronósticos auguran una caída del 32% del aporte hídrico en la región para 2025. Lejos de reajustar los consumos, el panorama es el siguiente.
La cuenca del Indo aporta agua a la mayor superficie continua de regadío del mundo. Esto incluye el 90% de la producción agraria de Pakistán, es decir, el 25% de su PIB. Sin esa agua Pakistán es prácticamente un desierto estéril incapaz de soportar su actual presión demográfica.
Por su parte la India utiliza la fuerza de estos ríos –gran caudal en una topografía marcada por los desniveles y gargantas- para producir energía eléctrica para buena parte del país. Los proyectos hidroeléctricos comenzaron en los años 70 y actualmente hay 33 en ejecución. Los más controvertidos son un embalse en el Kishanganga, un afluente del Indo, diseñado para producir 330 megavatios, y la central hidroeléctrica de Rattle (850 megavatios) en la cabecera del Chebab. La capacidad de embalsamiento construida por la India está en condiciones de retener toda el agua que Pakistán necesita durante al menos un mes. Si ese mes se escoge bien puede deducirse que la India tiene en su mano arruinar el sustento de su vecino.
La tensión va en aumento. Cada nueva planta hidroeléctrica enerva los nervios de los dirigentes pakistaníes y el conflicto se reactiva. Cada nueva amenaza saca a relucir el armamento atómico. El agua está muy cara por estos lares.
Durante mi viaje vi un territorio seco y duro. Pese a la riqueza natural del lugar, el agua atraviesa el territorio sin apenas dejar riqueza. De toda esa capacidad hidroeléctrica apenas hay noticias. La región se queda con un escaso 12% de lo que se produce y el resto se lleva a otras provincias indias; los cortes eléctricos son moneda común.
Los gigantes asiáticos se disputan el territorio con saña y sus habitantes hacen lo que pueden para salir adelante en su día a día. Entre sus potentes relieves, bajo la línea de nieves perpetuas, pudimos comprobar que aún quedan linces boreales. La silueta de los legendarios leopardos de las nieves también se recortó en aquellas lomas peladas, a más de 4.000 metros. Alguno de ellos nos dejó un recuerdo para la posteridad.