Los oasis son asombrosos enclaves vitales en medio de territorios abióticos. Gracias al exquisito uso del agua, sus habitantes han logrado mantener vivos estos bastiones hasta nuestros días. Los oasis son puntos estratégicos en mapas vacíos por los que transitan viajeros que buscan unir mundos remotos el uno al otro.
En los oasis, un balance hídrico negativo es letal. El agua ha de utilizarse sabiamente ya que no existe la posibilidad de recurrir a fuentes alternativas. No hay embalses ni transvases de emergencia. Ni puede llegar un camión cisterna. Si el agua se acaba la vida termina.
Por ello, la demanda debe encajar meticulosamente dentro de la oferta disponible. El agua se reparte solidariamente, siguiendo reglas ancestrales que fueron acuñadas tras siglos de probaturas, entre los habitantes del oasis y sus tierras de cultivo. Estas, generalmente, se organizan en tres niveles: El primero, a ras de suelo, sirve para producir hortalizas, cereales y legumbres. El segundo lo conforman las copas de los árboles frutales, que conviene que sean variados. No pueden faltar las higueras ni los almendros y es más que recomendable que haya albaricoques y olivos. Por último, el techo de este entramado lo conforman las emblemáticas palmeras, cuyos dátiles sirven tanto para alimentar a la población como para comerciar con ellos.
El oasis de Amtoudi, un vergel en medio de severos ocres, se encuentra en la provincia de Guelmin, al sur de Marruecos. La precipitación media es de 125 mm, aunque se registran eventos de hasta 50 mm, lo que da idea de la extraordinaria variabilidad del régimen pluviométrico. Este factor, unido a las altas tasas de evapotranspiración, hace que la recarga del acuífero sea baja y refleja bien la aridez del territorio. Así, Amtoudi es un enclave situado en el cuello de botella de una cuenca de 286 km2. Toda la precipitación que cae en este recinto converge en una estrecha garganta en la que surge el oasis.
(a) Situación del oasis de Amtoudi. (b) Cuenca del wadi Des Argan y (c) su desembocadura en Amtoudi. Fuente: Francisco J. Alcalá.
Desde el año 2000 el oasis de Amtoudi está incluida en el catálogo de reservas de la biosfera de la UNESCO. Además, alberga uno de los ‘agadires’ (graneros fortificados de época medieval, siglo XII) mejor conservados de Marruecos. Todo ello ha hecho que los operadores turísticos de ciudades como Marraketch, Ouarzazate y Agadir incluyan el oasis en sus circuitos, aportando un flujo continuo de turistas.
El turismo internacional ha promovido la existencia alojamientos que cuentan con equipos de bombeo y generan unos caudales de 10 l/s. El consumo diario de un turista alojado en Amtoudi es de unos 100 litros, el cuádruple de las tasas de los oriundos del lugar. Además, la prosperidad económica asociada a la actividad turística ha desactivado las dinámicas de emigración, haciendo que la población, que en las últimas décadas fluctuaba alrededor de los 1700 habitantes, comience a ascender.
Con todo ello, y como era de esperar, el nivel freático ha descendido peligrosamente. La tendencia, reforzada por años más secos debido a la intensificación de las sequías (nuestro querido Cambio Climático toca a la puerta), es que en muy pocos años el oasis puede desaparecer.
Panorámica general del oasis de Amtoudi (izquierda) y sus famosos graneros fortificados (derecha). Fuente: Francisco J. Alcalá.
El caso de Amtoudi es uno de esos que nos permiten ilustrar varios debates. En primer lugar, se pone de manifiesto cómo en lugares sin muchas posibilidades, como las islas y los oasis, los límites del crecimiento son palpables y es difícil escurrir el bulto. No hay un hinterland [1] en el que ocultar las miserias.
Por otra parte, nos enfrentamos al dilema de la sostenibilidad. El lugar, un remoto enclave cuya población parece destinada a emigrar, encuentra una fuente de desarrollo que abre nuevos horizontes. Sin embargo, el origen de ese éxito es precisamente el que puede acabar para siempre con el oasis: ¿Qué es mejor: vivir austeramente durante siglos o darse un festín unos años?
Sin embargo, pueden existir soluciones intermedias que afiancen un desarrollo sostenible de la zona. Así, por ejemplo, nuestro estudio de la zona propone:
- Disminuir el consumo hídrico del turista para lo cual deberían ir provistos del agua que vayan a consumir;
- Instalar una depuradora que permita reutilizar el agua. Según nuestros cálculos, asumiendo que se aproveche el 50% de las aguas residuales, supondría un aporte anual de unos 2450 m3, es decir, hasta 1,6 veces lo que consume en la actualidad el turismo;
- Restaurar el sistema de khettaras [2] , que tan buen rendimiento han dado históricamente, supondría una importante reducción de las pérdidas por evaporación, generando un aporte anual de otros 11900 m3;
- Finalmente, construir pequeños infraestructuras que permitan captar aguas pluviales y escorrentías provocadas por las esporádicos, pero contundentes, lluvias.
Amtoudi es el exponente de que el crecimiento desaforado lleva a la ruina y el abandono, al agotamiento de sistemas económicos que perduraron durante siglos. Sin embargo, al mismo tiempo, es una oportunidad para mostrar que el uso racional de los recursos es una posibilidad real.
[1] Vocablo procedente del idioma alemán que literalmente significa «tierra posterior». En un sentido amplio el término se aplica a la esfera de influencia de un asentamiento.
[2] Una khettara es una larga galería de varios kilómetros de longitud excavada manualmente con muy pequeña pendiente, que penetra por el subsuelo hasta alcanzar el acuífero. A veces hay solo 25 cm de desnivel por cada kilómetro de recorrido.
J.M. Valderrama es consultor e investigador asociado a la EEZA (CSIC) y autor del libro Los desiertos y la desertificación y del capítulo “El riesgo de desertificación: evidencia y elementos para el análisis” en el Libro Blanco de la Economía del Agua.