Que la salud de nuestras aguas es la mejor medida de la salud de nuestra vida es algo que defendía el hidrólogo estadounidense Luna B. Leopold ya a mediados del siglo pasado. Que el agua ha modelado la personalidad de los españoles es un pensamiento recurrente del eminente ingeniero y escritor Juan Benet en muchas de sus obras, y que él atribuía a las especiales circunstancias de su disponibilidad – a medio camino entre la plenitud europea y la escasez africana. Que el agua es el impulso generador de muchas de las más relevantes actividades económicas en España queda claro a la vista de la enorme dependencia que la agricultura, el turismo o la producción energética tienen respecto de la calidad y cantidad de agua disponible en cada territorio y en cada momento del año. Agua-naturaleza, Agua-sociedad, Agua-economía. Agua, Agua, Agua. ¿Y aun extraña las emociones y pasiones que despierta?
Hagamos memoria. Nuestro país se encuentra en uno de los momentos más interesantes de su historia hídrica. Tras un siglo XX marcado en su comienzo por el regeneracionismo hídrico y en su término con un intenso debate político y territorial sobre la distribución y mejor reparto del agua disponible, los primeros años del siglo XXI han sido los del redescubrimiento del agua como catalizador de infinitos procesos e interacciones relevantes para el bienestar humano y planetario…en múltiples escalas espaciales y temporales. Quizá demasiada complejidad para introducirla de golpe en la discusión sobre los mejores mecanismos de manejo hídrico. Pero una mínima consideración de esa complejidad resulta ya, en 2017, completamente ineludible. El matemático y filósofo Alfred North Whitehead se refería a ello cuando afirmaba que “la única simplicidad en que se debe confiar es aquella que se encuentra en el lado más lejano de la complejidad”. El tratamiento de la complejidad puede ser altamente nocivo si genera indecisión o bloqueo, pero resulta indispensable desde una perspectiva de adaptación continua y favoreciendo un metabolismo sano durante la toma de decisiones.
Pero ¿cómo aproximarnos a la complejidad del agua? Usemos, al menos, tres ópticas diferentes: las de la complejidad geográfica, regulatoria y sectorial.
En el primer caso, tomando como referencia el ámbito latinoamericano, y a partir de la consideración de sus escalas físicas y geográficas – que resultan particularmente asombrosas en tamaño y diversidad. Durante los últimos años, muchos países latinoamericanos han realizado enormes esfuerzos políticos, técnicos y económicos para iniciar la senda de la planificación hidrológica, a escala de cuenca y de país. Se intentan corregir así los desequilibrios derivados de una asignación en ciertos momentos desordenada de sus recursos naturales, y ante la previsión de un fuerte desarrollo demográfico y económico durante las décadas venideras. Y buscando, a partir de esta planificación, el desarrollo armónico de un amplio rango de obras hidráulicas, que muchos de esos países consideran imprescindibles para asegurar su crecimiento económico y el incremento de la equidad social. En algunos de esos procesos de planificación, ha podido y puede existir la tentación de realizar aproximaciones en exceso simplificadoras, basadas en la adopción de mecanismos procedentes de ámbitos geográficos mucho menos diversos o desarrollados bajo mentalidades geopolíticas homogeneizadoras. Pero la realidad es tozuda, y el resultado de aplicar esos planteamientos a una región donde conviven los desiertos más secos y las selvas más húmedas, una enorme biodiversidad, y los usos y costumbres más variados, puede ser catastrófico. Esperemos que se esté a tiempo de corregir esas negativas inercias, allí donde se puedan haber implantado y germinado. Aprovechando, en aquellos casos en que pueda resultar de interés, las experiencias exitosas y fallidas de otros países que ya han pasado por esos mismos procesos.
La segunda aproximación no se asocia a la complejidad física, sino a la normativa o regulatoria. ¿Y qué mejor ámbito para hablar de complejidad normativa que Europa? Durante las dos últimas décadas los avances normativos en materia de agua han sido especialmente intensos (y prolijos) en Europa, evidenciando las múltiples dimensiones que el agua puede tener. El nuevo marco normativo alcanza, hoy en día, los aspectos biológicos, físico-químicos, hidromorfológicos, ecológicos, de salud y seguridad humanas, territoriales e incluso económicos y culturales del agua. Un marco normativo extenso, en la mayor parte de los casos de obligado cumplimiento en todos los Estados miembros de la Unión Europea, y de aplicación no exenta de problemas. Sin embargo, funciona como un cuerpo integrado por muchos y muy diferentes órganos, completamente interdependientes y vitales en todos los casos. Un organismo normativo que lanza un mensaje contundente y reiterado a la sociedad europea: sólo la integración normativa – y a través de ella la consecución integrada de todos los objetivos a los que se dirige cada uno de esos textos regulatorios – puede conducir a Europa al horizonte deseado: el de la conciliación de un desarrollo continuado con unas altas tasas de bienestar humano, asentado en la protección de los valores ambientales del continente. Y todo ello con un margen suficiente de garantía para las generaciones futuras. De nuevo un ejemplo de complejidad que, bien entendida y aprovechada, puede ofrecer muchos beneficios.
La tercera perspectiva se vincula, finalmente, a la complejidad de las políticas sectoriales y a su interacción con el agua. Ahora sí, centrándonos como caso paradigmático en las condiciones de España. Un país especialmente pujante en su industria agroalimentaria y turística; unos sectores que, como ya se ha recogido en otras entradas de este blog, son muy sensibles al deterioro ambiental y a una incorrecta gestión del agua. Sectores que experimentan la presión añadida de desarrollarse en territorios ambientalmente frágiles y expuestos a un más que irregular régimen de precipitaciones y escorrentías. ¿Se puede concebir entonces una planificación sectorial que no se encuentre perfectamente cosida por el hilo de la planificación hidrológica? Si esta última no garantiza la viabilidad presente y futura de las políticas sectoriales, y si estas políticas no sirven para corregir progresivamente los desequilibrios hídricos que generan eternas e irresolubles brechas en la planificación del agua, ¿no estaremos poniendo ahora los pilares para los conflictos del futuro? ¿No ha llegado ya el momento para que España relaje la tensión hídrica mediante un buen tratamiento de los desequilibrios sectoriales? Parece que el conocimiento, la experiencia y las tecnologías debieran permitirlo, aprovechando la ocasión de hacer rentable esta otra expresión de la complejidad.
El laureado fisiólogo Albert Szent-Györgyi decía que “La vida es agua, bailando al son de las macromoléculas”. Puede ser un momento idóneo para sumarnos a esa melodía, planteando un ejercicio individual y colectivo de reacercamiento a la complejidad inherente al agua, y extrayendo de esa natural complejidad todo aquello que nos sea útil para favorecer una gestión multifuncional y multisectorial del agua. Si los seres humanos estamos tejiendo redes complejas para optimizar nuestro conocimiento e inteligencia colectivas, si los seres vivos generan estructuras complejas para adaptarse mejor al medio que les rodea, si la astronomía nos recuerda cada día que no somos sino un nodo de una gran tela de araña, ¿por qué no hacer de la complejidad del agua y de sus procesos asociados el emblema para su gestión? Agua, Agua, Agua, en movimiento…y compleja.
Fernando Magdaleno Mas
CEDEX (Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas)