Sorprende que siendo el agua un bien de primera necesidad, vital, su valor sea esencialmente desconocido en términos prácticos, como decimos en el título parafraseando a Machado. En realidad, parte de las dificultades deriva del hecho de que el agua se presta a numerosos equívocos. Decía en todo caso Emile Ciorán que “la lucidez absoluta es incompatible con la respiración”.
Por un lado, se confunde el agua en alta (lo que genéricamente llamamos recursos hídricos) con el agua en baja (lo que se da en llamar servicios de agua).
El agua de los ríos, los acuíferos u otras masas convencionales de agua, se complementa contemporáneamente en muchos países con recursos menos tradicionales como la desalación de agua de mar o salobre y la reutilización de aguas residuales regeneradas. Esos recursos se vinculan a numerosos usos consuntivos y no consuntivos: el abastecimiento de agua potable a la población, el riego de cultivos, el mantenimiento de la cabaña ganadera, la producción de numerosos bienes manufacturados, la refrigeración de equipos industriales y centrales energéticas, la generación de energía eléctrica, la producción acuícola, la provisión de servicios recreativos que contribuyen directamente a nuestro bienestar, el mantenimiento de caudales ecológicos y la provisión de una amplia gama de otros servicios que nos prestan los ecosistemas, sin los que nuestra vida sería notablemente más compleja; por momentos, quizás inviable sin más.
De ese modo, el agua termina siendo crucial para el desempeño macroeconómico (pese a que esto tiende a ignorarse) pero, desde luego, también para la cohesión social y territorial, para la conservación de la diversidad biológica en ecosistemas acuáticos y terrestres, para la salud pública, para la adaptación al cambio climático…
Pese a lo que se cree, mucho más determinante que su abundancia o escasez absoluta, es su escasez relativa, aquella que deriva de una idea sencilla: por abundante que sea el agua, siempre tendremos que elegir (en un momento dado, en un lugar concreto) entre unos usos y otros. Si bien algunos pueden ser simultáneamente compatibles (el valor estético de un humedal y la pesca recreativa en el mismo), en la mayor parte de los casos los usos competirán entre sí. Cabe afirmar, de hecho, que la gestión del agua es la gestión de conflictos de uso.
Otro equívoco deriva del hecho de que se tiende a obviar la enorme brecha que hay tanto en la disponibilidad del recurso como en el acceso a los servicios entre diferentes países. Por un lado, hay países donde la escasez estructural de agua es la norma: España, casi todos los países de la cuenca mediterránea (tanto en el norte de África como en el sur de Europa, en Oriente Medio, en amplias zonas del resto de África, en Australia, en Asia Central, en algunos lugares concretos de países del sur de Asia o de China, en la costa Pacífica de América Latina (especialmente en Perú y Chile), en los estados del oeste de EE.UU., en Singapur, etc. Por otro, hay países que padecen de modo recurrente lluvias torrenciales e inundaciones: también amplias regiones de EE.UU., el centro y el este de Europa, zonas en las cuencas andinas, países sometidos a precipitaciones monzónicas…
Los desafíos no terminan cuando uno tiene menos agua de la que necesitaría o más de la que puede gestionar. El deterioro de la calidad del agua a nivel mundial, como resultado de nuestra intervención en su ciclo, se explica en buena medida porque el 80% de los efluentes de aguas residuales en el mundo se devuelven al medio sin tratamiento alguno.
La escasez de agua es determinante para entender problemas en la obtención de energía o en la producción de biomasa para garantizar la seguridad alimentaria. Las inundaciones son la principal causa de mortalidad por desastres naturales (en realidad, fenómenos naturales extremos que el ser humano convierte en situaciones catastróficas).
La degradación de la calidad es responsable de numerosos desafíos en términos de salud pública.
Hay que pensar que unos 2.100 millones de personas carecen de acceso mejorado a agua potable y, pese a ello, bebe agua a diario (a un coste desproporcionado, en dinero, en tiempo, con riesgo para la salud). Casi 2.000 millones de personas consumen agua con materia fecal y casi 900, en parte en potencias emergentes como India, defecan al aire libre. Los problemas de saneamiento son especialmente lacerantes: unos 4.300 millones de personas carecen de un retrete tal y como nosotros lo conocemos – hay más personas en el mundo con teléfono móvil que con retrete. Esto conduce a más de medio millón de muertes prematuras al año como resultado del consumo de agua de mala calidad, por diarrea, cólera, disentería, fiebres tifoideas o poliomielitis. Numerosas niñas y mujeres en el sur de Asia son atacadas sexualmente por carecer de baños privados.
Por otro lado, la pérdida de diversidad biológica es especialmente intensa en los ecosistemas acuáticos (continentales, costeros y marinos).
Desde la perspectiva de la gestión del agua, la sociedad ha aprendido mucho pero ese conocimiento todavía no se ha socializado. Cualquier crisis de agua es una crisis de gobernanza. Es decir, fracasamos a la hora de anticiparnos. Gestionamos situaciones críticas pero encontramos dificultades para realizar una gestión preventiva de riesgos. Creemos, además, que los desafíos son esencialmente tecnológicos o financieros y no es que la brecha tecnológica o financiera no sea menor en algunos países pero lo cierto es que el reto fundamental se sitúa en el terreno de la política pública. Pensamos, por otro lado, que de seguir las tendencias actuales, el agua será una poderosa fuente de conflictos geopolíticos; ignoramos, al afirmarlo, que esos conflictos ya se dan en todos los continentes, entre usuarios, entre países (en cuencas transfronterizas) y, de modo muy intenso, entre generaciones.
Para muchos países, el agua es un factor limitante para el desarrollo social y económico y, por ello, también una oportunidad inefable para construir modelos de desarrollo alternativo, con mayores pautas de sostenibilidad en la producción y el consumo. Hace falta más y mejor información, mucho más conocimiento, mejores sistemas de gobernanza, un diseño apropiado de incentivos, la ineludible coordinación de políticas sectoriales, enfoques inequívocamente interdisciplinares, mayor foco en cuestiones de género y de juventud e infancia, políticas de demanda que complementen a las de oferta y una mayor penetración de soluciones basadas en la naturaleza para superar el sesgo de las infraestructuras convencionales. Parece imprescindible tomar mayor conciencia sobre el valor del agua pese a lo que decía Albert Einstein: “lo más incomprensible de la naturaleza es que sea comprensible por el hombre”. No queda otra que elevar el perfil de estas discusiones: el agua no es sólo un bien ambiental o un aspecto sectorial; está en el eje de nuestra vida y de su diversidad.
Gonzalo Delacámara Director Académico del Foro de la Economía del Agua y Coordinador del Departamento de Economía del Agua de IMDEA Agua.
Marta Arenas, Apoyo a la investigación en el departamento de Economía del Agua de IMDEA Agua
Este artículo fue publicado originalmente el 22/03/2018 en EFE Verde.