Crecer en Suiza en los años ochenta y noventa significó tener una infancia bastante tranquila (éramos la última generación que crecía sin smartphones o teléfonos inteligentes, ni portátiles, por no hablar de las redes sociales – ¿se imaginan?). Jugábamos a menudo al aire libre – una de mis actividades favoritas fue la construcción de pequeñas presas de barro en el arroyo inmediatamente detrás de la casa de mis padres.
A pesar de haberme enamorado de todo lo relacionado con el agua, tanto dulce como salada, a una edad muy temprana, tardé en descubrir que lo que yo consideraba un río no era más que una triste reminiscencia de lo que realmente eran los ríos de tierras bajas – grandes y sinuosos, con toda clase de estructuras ecológicas, hábitats y diversidad biológica, tanto en ellos mismos como en su entorno. La mayoría de los ríos en Suiza (y en otros lugares) han sido canalizados; no debe sorprender que no tuviera ni idea.
Como ecóloga fluvial, ahora sé que lo que experimenté cuando era niña (considerar un río canalizado como su condición natural) es un fenómeno llamado síndrome de “cambio de línea de base”. Los cambios en las líneas de base ocurren cuando los recuerdos locales cambian de tal manera que las siguientes generaciones aceptan un estado más degradado del ecosistema (o cualquier otro cambio, incluso para bien) como el escenario de referencia, como si todo hubiese sido siempre así. Es decir, las nuevas generaciones no son conscientes de las condiciones biológicas del pasado. Para cualquier clase de gestión de ecosistemas, cambiar ese escenario de base puede tener implicaciones serias, ya que los decisores utilizan esas nuevas líneas de base como indicadores de las condiciones naturales que deben alcanzarse con los esfuerzos de gestión.
Daniel Pauly, que en 1995 fue el primero en referirse a este síndrome para explicar los cambios en la percepción social sobre las capturas de peces en el mar, argumenta que los datos históricos, incluyendo aquellos obtenidos a partir del conocimiento local sobre los ecosistemas, son posibles fuentes de datos para reconstruir las líneas de base.
El agua dulce es esencial para el bienestar de la gente contribuyendo indirectamente como un bien económico, pero también de modo directo como un bien social y cultural. Desafortunadamente, los ecosistemas de agua dulce como ríos y lagos siguen siendo uno de los sistemas naturales más seriamente amenazados y modificados en el planeta; su biodiversidad disminuye más rápido que en sistemas marinos o terrestres.
No es sorprendente que, junto a la biodiversidad en ecosistemas acuáticos, otros beneficios que reciben los seres humanos de estos ecosistemas, por ejemplo, la purificación natural del agua o la provisión de agua potable, también se pierdan. Este conflicto se refleja en la regulación y la política a nivel europeo y mundial, como la Directiva Marco del Agua, la Estrategia de Biodiversidad 2020 de la UE o el Convenio sobre la Diversidad Biológica. Todos abogan por la necesidad de enfoques de gestión basados en el ecosistema y otras soluciones basadas en la naturaleza para detener la pérdida, restaurar y preservar la biodiversidad, los hábitats y sus servicios ecosistémicos, al tiempo que se toman en consideración los valores y conocimientos de las comunidades indígenas y locales.
La gestión basada en el ecosistema es un enfoque adaptativo que considera la integridad ecológica, la biodiversidad, la resiliencia y los servicios ecosistémicos para proporcionar múltiples beneficios para el bienestar humano y contribuir a una serie de objetivos sociales que necesariamente han de ser tomados en cuenta por los gestores y otros responsables políticos. Por lo tanto, en el contexto de la gestión basada en el ecosistema se reconocen las interacciones socio-ecológicas, en lugar de tratar a la sociedad y al medio natural como entidades separadas.
El desarrollo de enfoques de gestión basados en el ecosistema es un proceso complejo que implica un marco regulador comprensivo y soluciones locales que sin duda demandan soluciones de compromiso y transigir . En ausencia de procesos sencillos de comprender y transparentes, este enfoque de gestión es fácilmente cooptado. Existe una necesidad urgente de contar con un marco de apoyo basado en decisiones cooperativas, transparente y que rinda cuentas de cara a cuantificar y contabilizar toda la gama de valores, incluidos los asociados a servicios de regulación de los ecosistemas, otros valores económicos, sociales y algunos valores culturales (que a menudo se obvian), así como para probar de forma robusta los resultados de diferentes escenarios de gestión y, en última instancia, para priorizar las acciones de gestión con mayor consenso social.
Los enfoques de gestión tradicionales se han centrado fundamentalmente en la integración de valores ambientales y económicos, mientras que los conocimientos y valores locales de carácter social o culturales han recibido poca atención en la práctica. Las decisiones que relegan los valores culturales a una reflexión posterior son criticadas con frecuencia por quienes perciben los valores intrínsecos en la naturaleza, por aquellos que son críticos con lo que dan en llamar mercantilización de la naturaleza y por algunos filósofos. En consecuencia, es fundamental que la gestión del agua dulce en el futuro considere también los valores culturales y el conocimiento local de una manera más decidida que en la actualidad.
Los valores culturales son «beneficios no materiales que las personas obtienen de los ecosistemas a través del enriquecimiento espiritual, el desarrollo cognitivo, la reflexión, la recreación y la experiencia estética …«. Hay dos desafíos principales al incluir los valores culturales en la toma de decisiones estructurada y colaborativa. En primer lugar, estos valores son difíciles de comparar y no son susceptibles de compensaciones. Por ejemplo, una alternativa de gestión podría considerarse como la vulneración de un principio profundamente arraigado a nivel social. Por lo tanto, las soluciones de compromiso se rechazan completamente bloqueando cualquier negociación en el proceso de decisión. En segundo lugar, los valores culturales a menudo son difíciles de articular y por lo tanto de cuantificar, ya que se evalúan sobre una base emocional que definitivamente difiere entre las personas.
Efectivamente, la población local ha estado con frecuencia poco involucrada en la toma de decisiones de gestión de los ecosistemas acuáticos. Una consecuencia de ello es que muchos valores culturales locales en relación al agua dulce pueden haberse perdido o las líneas de base han pasado desapercibidas, lo que supone una gran pérdida para la gestión de los recursos hídricos. El futuro no parece muy prometedor: como la mayoría de la población mundial vive en ciudades y otras zonas urbanas (54,5% de la población mundial en 2016), la gente rara vez o nunca experimenta los recursos de agua dulce de primera mano. Esto conlleva el riesgo de que se desconecten y olviden, si llegan a vivirlo, lo que significa estar en un río o un lago. Es absolutamente necesario refrescar la memoria de la gente acerca de los valores que se obtienen de los sistemas naturales de agua dulce. No sólo para mejorar su compromiso con , y por lo tanto la eficacia de, los esfuerzos de restauración y gestión, sino también para devolverles algo que faltaba en sus vidas.
Dr. Simone D. Langhans
Instituto Leibniz de ecología de agua dulce y pesca continental
Departamento de investigación de ecosistemas
Absence makes the heart grow fonder
Growing up in Switzerland in the 1980s and 90s meant having a pretty untroubled childhood (we were the last generation growing up without smartphones or notebooks, not to speak of social media – imagine that). We were playing very often outdoors – one of my favourite activities was building small dams out of cobbles in the stream right behind my parents’ house.
Despite having fallen in love with everything related to water, be it fresh or salty at a very young age, I only much later learnt that what I had so far considered as being a river was merely the sad remainings of what lowland rivers used to look like – which is large and meandering with all sorts of structures, habitats and biodiversity in and around them. Most rivers in Switzerland (and elsewhere) have been channelized; so no wonder I had no idea.
As a freshwater ecologist, I know now that what I have experienced when I was a kid (which is considering a channelized river being its natural condition) is a phenomenon called the “shifting baseline” syndrome. Shifting baselines occur when local memories change in such a way that the following generations accept a more degraded ecosystem state (or anything else, even if good) as the baseline. Also, these generations won’t be aware of past biological conditions. For any kind of ecosystem management shifting baselines can have serious implications, because managers use these shifted baselines as indicators for natural conditions which should be reached with the management effort.
Daniel Pauly who, in 1995, was the first one using the shifting baseline syndrome to explain changes in people’s perception of marine fish catches, argues that in order to reconstruct baselines, historical data including those gained from indigenous, local or traditional ecological knowledge are potential data sources.
Freshwater is essential to people´s wellbeing, contributing indirectly as an economic good and directly for example as a cultural or spiritual asset. Unfortunately, freshwater ecosystems like rivers and lakes are still one of the most seriously threatened and modified environments on the planet, with biodiversity decreasing more rapidly than in marine or terrestrial systems.
Not surprisingly, together with aquatic biodiversity other benefits humans receive from these ecosystems, for example water purification or drinking water, are lost too. This conflict is reflected in political regulations at European and international levels such as the European Union Water Framework Directive, the European Union 2020 Biodiversity Strategy or the Convention on Biological Diversity. They all advocate for the need of ecosystem-based management approaches and other nature based solutions to halt the loss of, restore and safeguard biodiversity, habitats and their ecosystem services, while accounting for values and knowledge of indigenous and local communities.
Ecosystem-based management is an adaptive management approach which considers ecological integrity, biodiversity, resilience and ecosystem services to allow multiple benefits to human wellbeing and contributions to a range of societal goals to be considered by managers and policy makers. Thus, within ecosystem-based management social-ecological interactions are acknowledged, rather than treating society and the environment as separate entities.
Developing ecosystem-based management approaches is a complex process involving an overarching regulatory framework and local solutions with trade-offs and compromises. In the absence of easily understood and transparent processes, such a management approach is easily co-opted. There is an urgent need for a support framework, based on collaborative decisions that is transparent and accountable, allows for the whole range of values including ecological, economic and social ones (which are often overlooked) to be quantified and accounted for, can robustly test outcomes of different management scenarios, and can ultimately prioritize management actions with collective buy-in.
Previous management approaches have mainly focused on integrating environmental and economic values, whereas local cultural or indigenous knowledge and values have received little attention in practice. Management decisions that relegate cultural values to an afterthought are criticized by ecologists, who perceive intrinsic values in nature, theorists who are critical towards commodification of nature, and philosophers. They are also likely implemented less effectively. Consequently, it is paramount that future freshwater management considers cultural values and knowledge in a more prominent way than at present.
Cultural values are “non-material benefits people obtain from ecosystems through spiritual enrichment, cognitive development, reflection, recreation and aesthetic experience…”. There are two main challenges when including cultural values in structured, collaborative decision making. Firstly, these values are incommensurate and not amenable to tradeoffs. For example, a management choice may be seen as violating a deeply held principle. Therefore, trade-offs are rejected outright stalling any negotiation in the decision process. Second, cultural values are often difficult to articulate and therefore to quantify, since they are evaluated on an emotional basis which definitely differs among people.
Effectively, the local population has yet been poorly involved in freshwater management decision making. A consequence of that is that many local freshwater cultural values may have been lost or baselines have been shifted unnoticed, which is a huge loss for freshwater management. And the future doesn’t look promising: Since the majority of the world’s population lives in cities and urban areas (54.5% of the world’s population in 2016), people less often, rarely or don’t at all experience freshwaters at first hand anymore. This bears the risk that they disconnect and forget, or never experience what it means to be at, in or with a river or a lake. Refreshing people’s consciousness about the values they draw from natural freshwater systems is utterly needed. Not only to improve their commitment to, and therefore the effectiveness of restoration and management efforts, but also to return a missing piece in people’s lives.
Dr. Simone D. Langhans
Leibniz-Institute of Freshwater Ecology and Inland Fisheries
Department of Ecosystem Research