Por Francisco Lombardo, presidente del Foro de la Economía del Agua
Los presocráticos establecían el agua, el fuego, la tierra y el aire como los cuatro elementos de la naturaleza que explicaban su comportamiento y constituían los componentes básicos de la materia. Bajo esta base, en la cultura occidental previa al Renacimiento se entendía que la armonía de la naturaleza dependía del equilibrio de esas cuatro fuerzas.
Han pasado siglos de avances en ciencia y en conocimiento, en los que hemos aprendido cómo funciona la naturaleza y las relaciones que la marcan, mucho más amplias y complejas que la combinación de esos cuatro grandes elementos. Paradójicamente, conocer mucho más acerca de la naturaleza no nos está impidiendo contribuir, no siempre de manera involuntaria, a su destrucción.
Uno de los ejemplos más claros y que nos afecta más intensamente en estos últimos meses son los incendios forestales, sobre los que el hombre tiene una gran influencia: cambio climático, variaciones en el uso de la tierra… y eso cuando no hablamos de fuegos directamente provocados por su mano.
El equilibrio de los elementos que los presocráticos plantearon hace casi treinta siglos podría estar superado como análisis del funcionamiento de los ecosistemas, pero este enfoque básico aporta una serie de claves que podemos seguir utilizando a día de hoy. El fuego que nos asola puede controlarse y equilibrarse empleando para ello los otros tres elementos: el agua, la tierra y el aire.
El agua. Más allá de su función para extinguir el fuego, un correcto equilibrio hídrico ayuda a prevenir los incendios forestales, atacando directamente a una de sus causas principales: el cambio climático. Así, mantener en buenas condiciones las masas de agua, previniendo su contaminación y degradación, e invertir en la mejora de la gestión del ciclo del agua y en el tratamiento de las aguas residuales para minimizar las emisiones de gases de efecto invernadero y la contaminación ligada a ellas, son elementos fundamentales de gestión hídrica que inciden de manera directa en el cambio climático e, indirectamente, en el incremento de los incendios.
La tierra. Naciones Unidas define el cambio climático y los cambios en el uso de la tierra como las dos causas fundamentales de los incendios forestales. Una correcta gestión del suelo, incluyendo la apuesta por una explotación agrícola sostenible y por la correcta gestión de residuos forestales, contribuye de manera clara y directa a la prevención de los incendios. De este modo, la explotación racional y sostenible del suelo, evitando el abandono de los terrenos y la proliferación en ellos de elementos potencialmente inflamables, es una de las claves fundamentales para prevenir el fuego.
El aire. La contaminación del aire con gases de efecto invernadero constituye la causa más inmediata del cambio climático. Tal como afirma la Agencia Europea del Medio Ambiente, el dióxido de carbono puede ser el mayor impulsor del calentamiento global y del cambio climático, pero no el único. Otros compuestos gaseosos y de partículas influyen en la cantidad de energía solar que retiene el planeta, así como en la cantidad que refleja al espacio. Entre ellos se encuentran el ozono, el metano, las partículas en suspensión y el óxido nitroso. Por ello, la limitación de las emisiones contaminantes a la atmósfera, a través de la descarbonización del sistema energético y del desarrollo de herramientas minimizadoras y compensadoras de estas emisiones, es uno de los mayores retos al que se enfrenta el ser humano para preservar el medioambiente y prevenir catástrofes naturales como los incendios.
Como hemos visto, fuego, agua, tierra y aire están íntimamente relacionados. Su armonía es imprescindible para preservar la buena salud del planeta y garantizar que las próximas generaciones cuentan con un mundo habitable en el que vivir, que tengan derecho al futuro. En ocasiones, revisitar a los clásicos puede ser la mejor inspiración para trazar un futuro sostenible.
Francisco Lombardo
Presidente del Foro de la Economía del Agua