Las imágenes de campos baldíos, embalses bajo mínimos o bosques a punto de agonizar forman parte de nuestra memoria colectiva. A lo largo de nuestra historia, generación tras generación han sufrido las consecuencias de la falta de agua. El primer gran registro en lo relativo a la escasez de este recurso data de mediados de 1700, cuando el río Tormes llegó a secarse y afectó a la mitad septentrional del país.
Dos siglos después recordamos aquella “pertinaz sequía” de 1944 a 1946, en la que el Ebro perdido casi por completo su caudal y el Manzanares desapareció totalmente como reflejan las crónicas de la época en las que titulaban: ya no hay río.
Quien vivió en la Sevilla de la década de los años 90 lo recuerda que, tras meses sin llover, la ciudad activó, poco después de la Expo de 1992, restricciones que llegaron a suponer cortes de agua de diez horas diarias. La situación era tan extrema que la Delegación de Gobierno planteó incluso la evacuación de la cuarta ciudad española en el caso de que se acabara este recurso. Algo similar ocurrió en Málaga o Cádiz -que recibieron barcos con agua desde Huelva- y también en la España verde, en Bilbao o Vitoria, donde en 1990 el agua no salía del grifo durante la mitad del día.
En diciembre de 2009 terminó una gran sequía que duró cuatro años. Cuatro largos años en el que pudimos ver como se secó por completo Las Tablas de Daimiel, un humedal de casi 2.000 hectáreas, que sufrió un grave incendio de la turba del subsuelo ocasionando un daño ecológico irreparable. El año hidrológico 2016-2017 denominado como “La gran sequía ibérica” asoló a toda la península y las comunidades de Castilla y León y Galicia fueron las más afectadas. El agua se desplomó a mínimos históricos lo que ocasionó subidas en el precio de los alimentos y en la factura de la electricidad.
En la actualidad, el mismo día que la borrasca Karlotta dejó litros y litros de agua en el litoral andaluza, la Comisión de Seguimiento de las Cuencas Mediterráneas aprobó un consumo máximo de 160 litros por persona y día en lugares como el Campo de Gibraltar, la Costa del Sol, la capital malagueña y la Axarquía.
Las sequias no son un fenómeno nuevo y extraordinario, y todas estas experiencias pasadas nos deberían ayudar a centrar todos nuestros esfuerzos en paliar estas situaciones de emergencia aplicando de todo el conocimiento con el que contamos y por supuesto de la mano de las nuevas tecnologías y las inversiones. Tres elementos fundamentales para encontrar soluciones a la escasez de agua, una de las cuales pasa por convertir el agua urbana un recurso casi infinito.
Agua para todos los usos
Actualmente, España es el país de la UE que cuenta con mayor número de embalses. Nuestras 1.225 grandes presas nos convierten en el quinto país con mayor número de estas infraestructuras del mundo y nos aportan una capacidad de almacenamiento de agua de 56.000 hectómetros cúbicos.
Sin embargo, el cambio de patrón de los regímenes pluviométricos implica la necesidad de complementar este modelo. Nuestra reserva hídrica se encuentra ahora en el 50%, con algunas cuencas en una situación crítica que ya implica restricciones en los usos y limitaciones al consumo de agua en los hogares.
Un embalse virtual de 4.000 hm3
Si tenemos en cuenta que casi el 15% del consumo total de agua en España se destina al abastecimiento urbano y que contamos con 2.232 Estaciones Depuradoras de Aguas Residuales (EDAR), que tratan más de 4.000 hm³ de aguas residuales (unos 245 litros de agua depurada por habitante y día), tenemos una suerte de “embalse virtual” que aumentaría de manera notable la disponibilidad de agua.
En España hemos hecho de la necesidad virtud en lo que a regeneración y reutilización se refiere. Somos el país que más agua reutiliza en Europa y el quinto del mundo, con una ratio de reciclaje de entre el 7 y el 13%, lo que supone un ahorro de 500 hm3 de agua al año. Estamos lejos aún de esos 4.000 hm3, ya que solo el 27% de nuestras EDAP realiza tratamientos terciarios aptos para la reutilización y están fundamentalmente concentradas en las demarcaciones hidrográficas del Júcar y del Segura, pero el camino ha comenzado a recorrerse.
Los últimos estudios y experiencias demuestran que el desarrollo tecnológico actual permite adecuar el agua reutilizada a todos los usos, incluyendo el suministro de agua potable. En España, el agua regenerada se emplea actualmente para otros procesos que requieren una calidad menor y que permiten liberar agua de primer uso para el consumo humano, pero ya disponemos de la tecnología que permite regenerar agua de calidad suficiente para beber.
Desde el punto de vista normativo, la Directiva europea de reutilización, que entró en vigor el pasado junio, ve en las aguas residuales tratadas procedentes de depuradoras una alternativa fiable de suministro de agua para fines diversos y pretende duplicar la reutilización de las aguas regeneradas. Esta medida evitaría más de un 5% de la captación directa procedente de masas de agua y aguas subterráneas, lo que consiguientemente daría lugar a una reducción de más del 5% del estrés hídrico global de la UE.
Menor precio e impacto ambiental
La reutilización de las aguas residuales tratadas tiene un menor impacto medioambiental en comparación con, por ejemplo, los trasvases de agua o la desalinización, y ofrece un amplio abanico de beneficios ambientales, económicos y sociales, entre ellos ampliar el ciclo de vida del agua, contribuyendo así a preservar los recursos hídricos, en plena conformidad con los objetivos de la economía circular.
Esta apuesta por la circularidad del agua no sólo nos proporciona un volumen disponible estable y asequible, también un recurso más barato que el obtenido a través de la desalinización y con un menor consumo de energía.
Según recientes estudios del CEDEX, considerando las calidades necesarias para cumplir con el Reglamento europeo y en el supuesto de que las instalaciones funcionan a pleno rendimiento durante todo el año, el coste del agua regenerada para uso agrícola es del orden de 0,38 €/m3, frente a los 0,73 €/m3 del agua desalinizada.
Además, su uso causa menos impactos y desequilibrios territoriales, reduce la explotación de acuíferos y disminuye el consumo de fertilizantes por parte del sector agrícola, ya que el agua regenerada nos proporciona cuatro recursos: agua, lodos, nutrientes y biogás. Con este último, complementado con la utilización de la energía fotovoltaica para el proceso de depuración, se está consiguiendo resolver uno de los problemas más graves en la gestión del agua: el coste de la energía y las emisiones que conllevan los procesos.
Si, además, vencemos las brechas psicológicas sensibilizando y concienciando a la población sobre la calidad de agua que permiten las tecnologías actuales, el potencial de estas aguas recicladas es infinito. Podríamos acercarnos a lo que ya se hace en California, Texas o Singapur, que reutilizan el agua para usos potables.
No son pocos los retos para acabar con la escasez, pero, sin duda, el agua regenerada es una herramienta estratégica que hay que priorizar para acercarnos a la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible, mediante la reducción de la presión extractiva y las cargas contaminantes vertidas a las masas de agua.